No Nos Quejemos
Se le pidió a un cristiano que hiciese una visita a una creyente de edad y aislada. Conocida por su carácter taciturno, esta creyente, apesadumbrada porque las cosas no salían como ella hubiese querido, a menudo estaba sumida en arrebatos de malhumor. El visitante la halló agobiada por toda clase de contrariedades que ella se apresuró a compartir con él. Muy tranquilo, nuestro amigo le propuso leerle la Palabra de Dios durante un momento.
Había pensado leer el Salmo 23, pero entristecido por las quejas de esta señora, empezó por deformar el Salmo en una forma negativa: «El Señor no es mi Pastor… todo me faltará»… De esta manera quería tocar el corazón de la creyente, haciendo resaltar implícitamente su manera de reaccionar en completo desacuerdo con la gracia de Dios que llena este salmo. Primero sorprendida, la oyente muy pronto fue interpelada por tal lectura y comprendió cuál era su ingratitud hacia Dios.
A menudo, ¿no nos parecemos a esta anciana? Cuántas veces, al quejarnos, corremos el riesgo de dar la impresión de que Dios es el responsable de nuestras dificultades, olvidando los cuidados de nuestro buen Pastor. “Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios”. (Salmo 103:1- 2).
Suscribirse a:
Entradas (Atom)